"Relájate. Concéntrate.
Aleja de ti cualquier otra idea.
Lascia che il mondo che ti circonda
Deja que el mundo que te rodea se esfume"1.
En la unidad anterior vimos algunos aspectos de la significación o semiosis ligados estrechamente a la visión psíquica, subjetiva. Veamos ahora la teoría contextual de la interpretación de Ogden y Richards.
Después del reconocimiento sensorial y de la distinción entre texto poético y texto en prosa, el signo inicial se identifica como una palabra, cambio que se produce en virtud del nuevo contexto psicológico del signo. Mientras que el reconocimiento de un sonido o una forma como tales requiere un contexto formado por sensaciones auditivas y visuales similares y anteriores, el reconocimiento de un signo "como palabra exige que forme un contexto con experiencias ulteriores2" que no sean sonidos o grafemas. Para que esto suceda, debemos aprender a asociar un signo a determinadas experiencias. Este tipo de asociación se produce en nuestra mente, muchas veces de manera inconsciente, incluso antes de que aprendamos a hablar.
Sin darnos cuenta, aprendemos a clasificar la aparición de una palabra dada como signo, ligado a una reacción similar a las suscitadas por las experiencias asociadas. En este caso, también la interpretación es inconsciente, siempre que no se presenten dificultades, pues entonces el automatismo perceptivo puede verse obstaculizado y se activan los procesos interpretativos conscientes.
En cierto sentido, podemos decir que cuanto menores sean las dificultades que encontramos para comprender las palabras, menos conscientes somos de los procedimientos que utilizamos para hacerlo y menos preparados estamos para afrontar una exposición anómala a las palabras (en el caso del lenguaje hablado, una pronunciación distinta de la que es habitual para nosotros; si se trata de lenguaje escrito, una grafía diferente a la conocida; en ambos casos, usos sintácticos anómalos, como frases de construcción insólita en comparación con la que consideramos normal).
Una vez que un sonido se identifica como una palabra, su importancia como sonido no queda relegado a un segundo plano. Algunas características fónicas (tono, volumen, velocidad, timbre, musicalidad) y gráficas (grafía, espaciado, dimensiones, montaje, gráficos) entran a formar parte del contenido del mensaje y, dado que dos encuentros con la misma palabra pueden ser distintos, deben compartir un carácter común que permita identificarlos como apariciones de la misma palabra. Sólo gracias a esta parte común las dos palabras tienen un contexto psíquico similar y pueden por tanto percibirse de manera afín.
Esta contextualización psíquica se produce, sobre todo, en las primeras fases más sencillas y de manera inconsciente. "En la mayoría de los casos, la dificultad o imposibilidad en un nivel de interpretación provoca el afloramiento de los niveles inferiores en la conciencia"3, así como una preocupación por dichos mecanismos generalmente automáticos que distrae de la interpretación del mensaje en un nivel pragmático, funcional y externo.
En el caso de enunciados más complejos o de lenguajes más desarrollados, surgen nuevos aspectos. Ogden y Richards toman como ejemplo la expresión "mis parientes", que es un concepto abstracto porque implica algo más que haber conocido individuos determinados y saber sus nombres. Conocer a ciertos familiares no comporta necesariamente conocer el grado de parentesco, ni puede darse por sentado el tipo de relación que puede existir entre dos familiares en una cultura dada en los diversos casos posibles. El concepto es, por tanto, resultado de distintos agrupamientos de experiencias; esta diversidad es la que hace que los elementos comunes, por contraste, sean evidentes.
Este proceso de selección y eliminación actúa siempre en la adquisición de vocabulario y en el desarrollo del pensamiento. Es raro que las palabras formen contextos directamente sin pasar por una experiencia simbólica, porque por norma se aprenden sólo mediante otras palabras4.
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Aprendemos a usar la lengua al mismo tiempo que aprendemos la lengua en sí; no se trata sólo de adquirir sinónimos o expresiones alternativas, sino de aprender los matices de sentido y las connotaciones especiales que crea el contexto. Esta actividad de identificación de afinidades y diferencias es continua.
Dicha actividad perfecciona de modo constante nuestra capacidad de abstracción y nos enseña a utilizar metáforas, "la simbolización primitiva de la abstracción". La metáfora se describe como la aplicación de una única expresión verbal a un grupo de objetos que son distintos pero comparten algo. El uso de la metáfora no se considera desde el punto de vista estilístico, sino del cognitivo: permite identificar una relación análoga en otro grupo. En esencia, la metáfora se ve como una relación de significación que se apropia del contexto de otra relación.
Cuando hablamos de "un mar de problemas", sólo nos interesa una parte del mar, la dimensión, y descartamos las demás. Si no somos capaces de imaginar el mar como una entidad abstracta, no podremos entender el significado de la expresión "un mar de problemas". La capacidad de abstracción que se necesita para captar la metáfora es la misma, en opinión de los dos investigadores británicos, que hace falta para unir un adjetivo a un sustantivo, o para usar preposiciones o verbos. Además, los aspectos metafóricos de gran parte de la lengua demuestran que, cuanto más alto es el nivel de educación de una persona, mayor es el número de palabras que adquieren contexto mediante otras. El lado negativo de esta sofisticada adquisición de palabras radica en que los significados que se construyen sobre dichas referencias abstractas tienden inevitablemente a confundir nuestra mente con mayor frecuencia.
BIBLIOGRAFÍA
CALVINO Í. Si una noche de invierno un viajero, Traducido por Esther Benítez, Madrid, Ediciones Siruela, 1999, ISBN 84-784-453-X.
OGDEN C. K. e RICHARDS I. A. The Meaning of Meaning. A Study of the Influence of Language upon Thought and of the Science of Symbolism. Londres, Routledge & Kegan Paul, 1960 [primera edición 1923].
1 Calvino 1999, p. 23.
2 Término general utilizado aquí para abarcar sensaciones, imágenes, sentimientos, etc., y tal vez modificaciones inconscientes de nuestro estado mental. [nota del autor]
3 Ogden e Richards 1960, p. 211, traducción nuestra.
4 Ogden e Richards 1960, p. 213, traducción nuestra.