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39 - El orgullo y la profesión

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"Ponía todo su orgullo en renunciar a cosas en las que le iba mucho"1.

La tarea del traductor es extraña, pues es a la vez central y periférica. Central porque el traductor, o en sentido más amplio, el mediador cultural, es esencial para la comunicación entre distintas partes del mundo. Periférica porque algunos preferirían que el traductor fuera invisible, y lo desean insignificante, mal pagado y sin reconocimiento. Tal vez por eso en la categoría profesional de la traducción, tras una selección "natural" inicial, sólo encontramos personas dotadas de gran fuerza de voluntad, tenacidad y resistencia, con un fuerte sentido de los objetivos que persiguen.

Es también una de las profesiones en las que existe mayor diversidad en cuanto a las modalidades de trabajo. Hay traductores a tiempo completo, otros que tienen la traducción como segunda o tercera actividad, hay traductores internos y autónomos, los que trabajan para agencias y los freelance. Algunos lo viven como un trabajo divertido; otros como algo temporal.

Las características que comparten todos los buenos traductores son la curiosidad, la apertura de miras y el placer de cambiar con frecuencia de una temática a otra.

Los traductores e intérpretes son lectores voraces y omnívoros, gente que suele leer cuatro libros a la vez, en distintos idiomas, de ficción y no ficción, de aspectos técnicos o humanísticos, de todo y de cualquier cosa [...] poseen una gran riqueza interna de distintos "seres" o "personalidades", dispuestos a recomponerse ante la pantalla del ordenador cada vez que llega un texto nuevo. (Robinson 1997: 27)

Según Robinson, el concepto de orgullo profesional del traductor contiene tres factores, fiabilidad, compenetración y ética.

Respecto a la fiabilidad, la búsqueda de la mejor solución no está dictada sólo por factores externos (cliente, etc.) sino también por la necesidad personal. Para un profesional reviste gran importancia el hallazgo de la palabra precisa y la construcción más adecuada de una solución determinada. La compenetración profesional es fundamental para evitar que la práctica cotidiana termine por resultar tediosa. De ahí la importancia de intercambiar ideas con los colegas, de seguir cursos de formación, de asistir a conferencias y de participar en reuniones que refuercen la autoestima profesional del traductor.

Leer sobre traducción, hablar de traducción con otros traductores, debatir problemas y soluciones referentes a la transferencia lingüística, al impago de trabajos realizados y casos similares, seguir cursos de traducción o asistir a conferencias sobre traducción: todo ello nos produce la fuerte sensación de que no somos sirvientes mal pagados, sino profesionales rodeados por otros profesionales que comparten nuestras preocupaciones. (Robinson 1997: 30)

Esta necesidad se debe a que uno de los aspectos más evidentes de la profesión es la dispersión geográfica. Mucha gente de otras profesiones opina: qué maravilla es ser traductor, ir adonde uno quiera, vivir en una isla si le place, y seguir trabajando. Sin embargo, lo de "vivir en una isla" es un riesgo permanente, incluso cuando se trabaja en la misma ciudad que habitan clientes y colegas, hasta el punto de que algunos suelen comentar que preferirían realizar un trabajo menos remunerado pero que les permitiera algún intercambio humano durante la jornada, aunque fuera algo tan insignificante como un par de palabras acerca del tiempo o sobre el cansancio acumulado.

Por último, también es de gran importancia el aspecto ético. ¿Hasta qué punto es lícito distorsionar el original a solicitud del cliente? Esto no es fácil de responder, pues como ya hemos visto, bajo el concepto de traducción total se agrupan todos los procesos de comunicación que incluyen un prototexto y un metatexto. Y todos los procesos de comunicación, que comportan el paso a través de la fase de material mental más o menos conscientemente manipulado para producir el metatexto, presuponen un generosos aporte de la ideología individual del traductor.

Se presentan, pues, casos de contraste ideológico entre el autor y el traductor, como los que recuerda Robinson:

¿Qué hace el traductor feminista cuando se le pide la traducción de un texto manifiestamente machista? ¿Qué hace el traductor liberal cuando se le solicita la traducción de un texto neonazi? ¿Qué hace el traductor ecologista cuando se le encarga la traducción de la campaña publicitaria de una compañía química ecológicamente irresponsable? (Robinson 1997: 31)

Creo que la respuesta es: hace lo que puede. Es evidente que, en última instancia, depende de si el traductor puede permitirse prescindir del trabajo que se le ofrece. En los países sin democracia, por ejemplo, los traductores —y también los autores— cada día tienen que alcanzar un compromiso con su propia conciencia ética. En una unidad anterior mencioné el manual de traducción de Fyodorov, con un capítulo en el que destacaba el papel de traductólogos de Marx, Engels y Lenin. Sin duda, era un capítulo dictado por la necesidad de publicar un libro que halagara a los obtusos censores y le permitiera llegar a fin de mes, quizá con algún problema de conciencia, pero al menos vivo y alimentado. En sociedades aparentemente más libres, las estructuras económicas pueden ser igual de terribles.

Lo importante es tener en cuenta que los traductores no son invisibles, y que si lo son, deben dejar de serlo; sus ideologías, ocultas o manifiestas, desempeñan un papel muy importante en sus traducciones, y para poder estar en paz consigo mismos, tienen que estar en paz con su orgullo profesional. Tienen que poder resolver con serenidad el oxímoron de que el original es una copia y la copia es un original, y necesitan dejar su huella en el trabajo que realizan, en la medida de su función y consecuente con sus criterios deontológicos.

Respecto a la productividad, Robinson destaca cuatro factores:

  1. la velocidad de escritura
  2. el grado de dificultad del texto
  3. las preferencias o el estilo personal
  4. la tensión laboral y el estado mental general.

Naturalmente, el orden de importancia de estos factores depende de cada individuo y del momento de su vida en particular. Personalmente, yo he experimentado los efectos negativos de la pérdida de un ser querido sobre mi capacidad para controlar la calidad de mi trabajo.

La velocidad y la productividad no son de máxima prioridad para todos los traductores. Existen, naturalmente, personas que traducen por placer, pero que para su sustento dependen de su familia, de su pareja o de otra profesión (por ejemplo, universitaria), y que, por lo tanto, traducen sólo aquellos textos que les gustan. Para dichas personas, sacrificar el placer de traducir a cambio de una traducción veloz sería casi sacrílego. Según los datos que presenta Robinson, la productividad de un traductor profesional varía entre 10.000 y 100.000 caracteres diarios (normalmente, como media, para obtener el número de caracteres cuando un volumen se expresa en palabras, hay que multiplicar por siete, y para obtener el número de páginas dividir ese valor entre 1.500 o 2.000, según se trabaje para clientes privados o para editoriales. Naturalmente, si se trabaja con textos técnicos con abundantes repeticiones, y se utiliza una memoria de traducción que proponga el 90% de frases traducidas, que no requieran la modificación de más de una o dos palabras, la traducción de 100.000 caracteres diarios no es imposible, aunque resulte una labor embrutecedora y sumamente fatigosa. Por otra parte, la ejercitación mental del traductor puede incrementar muchísimo la velocidad, tal como Robinson explica muy bien en este pasaje:

Cuanto más se traduce, cuanto más se transitan los caminos sinápticos cerebrales desde la lengua de origen a la de destino, de modo que la traducción de ciertas estructuras de la lengua original empiezan a funcionar como una macro del ordenador: ¡zip!, la equivalencia en la lengua receptora prácticamente salta de los dedos a la pantalla. (Robinson 1997: 37-38)

 

BIBLIOGRAFÍA

CANETTI ELIAS Die gerettete Zunge. - Die Fackel im Ohr. - Das Augenspiel, München, Carl Hanser Verlag, 1995, ISBN 3-446-18062-1.

CANETTI ELIAS The Tongue Set Free. Remembrance of a European Childhood, traducido por Joachim Neugroschel en The Memoirs of Elias Canetti, New York, Farrar, Straus and Giroux, 1999, ISBN 0-374-19950-7, p. 1-286.

CANETTI ELIAS Historia de una vida. Traducciones de Genoveva Dieterich, Juan José del Solar y Andrés Sánchez Pascual. Galaxia Gutenberg - Círculo de Lectores, 2002.

ROBINSON DOUGLAS Becoming a Translator. An Accelerated Course, London and New York, Routledge, 1997, ISBN 0-415-14861-8


1 Canetti 1999: 259.


 



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