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En esta quinta y última parte del curso de traducción de Logos, me ocuparé de dos conjuntos de temas. El primero es de carácter eminentemente práctico y tiene que ver con los instrumentos del traductor: todos los accesorios de que se vale, además de su competencia y profesionalidad; cuáles son y cómo se utilizan. El segundo está relacionado con una fase que a veces se considera posterior a la traducción, pero que a mí me parece parte de ella: la crítica de la traducción. Creo que es esencial, y que tiene a su vez un efecto en la producción: es responsable de la elección del texto que se va a traducir (y, por lo tanto, también de lo que no se traduce), y sus criterios de evaluación representan una especie de meta ideal para el traductor. Al margen de la opinión del crítico o de que el propio cliente adopte el papel de crítico, seguirá dependiendo del traductor que su traducción reciba una mayor o menor aceptación. Si el traductor desea estar presente en el mercado, ese es un elemento que debe interesarle necesariamente.
Empecemos por la elección del ordenador o computadora. Se trata de una herramienta esencial que ha revolucionado el método de trabajo del traductor. Los traductores de mi generación, a diferencia de los que se iniciaron más recientemente, experimentamos personalmente el paso de la máquina de escribir al ordenador, y sabemos perfectamente el impacto que eso tuvo.
Antes de la llegada del ordenador, la introducción de correcciones era complicada y laboriosa, y debía hacerse en dos o tres copias. Por ello, el traductor intentaba reducirlas al mínimo: la frase se procesaba, tanto como fuera posible, en la mente, y sólo pasaba al borrador cuando se tenía la certeza de haber concebido una traducción prácticamente definitiva. El ordenador permite trabajar de manera totalmente distinta, ya que el primer borrador se puede redactar de inmediato (si es necesario), con una técnica que permite consultar el prototexto en cualquier momento. En este caso, la revisión es muy importante y se realiza casi completamente en el metatexto, de manera similar a lo que Freud denominaba la elaboración secundaria del material onírico .
Al elegir ordenador, hay que saber que los criterios del vendedor no siempre coincidirán con los del traductor. Los vendedores de ordenadores suelen ser entusiastas de la informática que tienden a valorar prestaciones no siempre esenciales para la labor de un traductor. Por ejemplo, la velocidad del procesador, un elemento que puede tener un gran impacto en el precio total de la máquina, no es una prioridad para el traductor. El ordenador de un traductor realiza pocos cálculos, a diferencia de otras aplicaciones, como las de CAD, que sufren atascos con procesadores lentos.
El espacio del disco duro es otra característica que no reviste gran importancia para el traductor. La capacidad es cada vez mayor, y por eso en el mercado se puede encontrar un disco duro de última generación que cueste, tal vez, el doble que la versión anterior, lanzada un par de meses antes. Mi recomendación es adquirir dicha versión previa, ya que un traductor no necesita instalar gran cantidad de programas ni copiar tantos datos como para necesitar un disco especialmente grande.
Puede resultar mucho más útil adquirir dos discos duros de tamaño mediano, para utilizar el segundo como copia de seguridad del primero al final de cada jornada de trabajo. Es una opción cómoda y muy rápida, que evita el uso de gran cantidad de disquetes o de costosas unidades zip. Si se cuenta con un disco de réplica y el disco principal se daña, algo que creemos improbable pero que suele suceder, se podrán recuperar todos los datos (no los de las últimas horas o minutos, claro está) con gran rapidez.
Los programas de tratamiento de texto y las memorias de traducción, además de diccionarios y otras obras de referencia en CD-ROM, no requieren mucha memoria RAM, por lo que se puede trabajar con el mínimo de megabytes de RAM incorporados en el ordenador, o como mucho, será suficiente con doblar su capacidad.
Si sólo se cuenta con un lector de CD, sólo se podrá consultar un diccionario a la vez. Sin embargo, hay diccionarios que se pueden instalar en el disco duro y se podrán consultar al mismo tiempo que los que se encuentren en CD-ROM. Se puede suponer que el traductor tendrá abiertos a la vez: una aplicación de tratamiento de texto (por ejemplo, Word), un programa de navegación (por ejemplo, Explorer) para conectarse al diccionario Logos o a la Wordtheque, un programa de correo (por ejemplo, Outlook), un CD-ROM y un diccionario en disco. Si también dispone de grabadora de CD, la podrá utilizar para la lectura de un segundo CD-ROM.
La caja del ordenador puede ser vertical u horizontal, dependiendo del espacio de que se disponga. Los modelos verticales se pueden colocar sin problemas sobre el escritorio o en el suelo y ocupan poco espacio. Sin embargo, con ellos el monitor suele quedar situado a la derecha de la CPU, lo que puede ser contraproducente en cuanto a ergonomía.
Para evitar ese problema, es importante que el teclado, el escritorio y el monitor estén en niveles distintos. El teclado unos 10-15 cm por debajo del escritorio, y el monitor con el centro, a la altura de los ojos (es decir, a unos 15 cm por encima del nivel del escritorio, dependiendo de las medidas de la pantalla).
El monitor debe estar alejado de los ojos del traductor. Dependerá del tamaño, aunque para dar una idea, un monitor de 17 pulgadas debe situarse a 75-90 cm de distancia. A su vez, esto determina que la elección del monitor dependerá del espacio de que se disponga: si el escritorio es muy bajo, se puede escoger un monitor tradicional; si el espacio es escaso, puede ser necesaria una pantalla plana. Existen algunas que también se pueden montar en la pared.
BIBLIOGRAFÍA
FREUD SIGMUND, La interpretación de los sueños, traducción de Luis López-Ballesteros y de Torres, Alianza Editorial, ISBN 84-206-1036-4
FREUD SIGMUND, The Interpretation Of Dreams, traducción de A. A. Brill, London, G. Allen & company, 1913.
OSIMO BRUNO, Manuale del traduttore, Milano, Hoepli, 2004, ISBN 8820332698.
1 Freud 1900: 25.