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Ya he dedicado espacio a los intentos llevados a cabo en la década de 1960 de crear instrumentos para la denominada "traducción automática", cuando todavía se sostenía el mito de la correspondencia uno por uno del código lingüístico y no se entendía el anisomorfismo de los códigos naturales.
La energía y los recursos invertidos en las distintas iniciativas que se desplegaron en dicho campo no ofrecieron resultados completos ni fiables, y la práctica de la traducción ha seguido discurriendo por los canales habituales. Mucho más importante, para el traductor, fue el aporte de la tecnología informática no para automatizar la traducción, sino para aportar la documentación que ésta requiere.
En esta parte del curso de traducción hemos examinado muchas tecnologías útiles en este sentido. Si repasamos lo que hemos analizado hasta ahora, ¿podríamos afirmar que la traducción con dicha herramientas es automática? No podemos asegurar tal cosa. Podemos consolarnos pensando que esas herramientas, al menos, hacen que la tarea del traductor sea más veloz y menos fatigosa.
Sin embargo, ¿es verdad tal cosa?
No podemos ofrecer una respuesta general. Teniendo en cuenta el conjunto, es difícil responder con una sencilla afirmación.
Por ejemplo, si comparo la posibilidad de hallar textos de referencia (sobre el tema que sea) en Internet con la necesidad de desplazarme físicamente a una biblioteca para solicitar el libro correspondiente, obtenerlo, hojearlo hasta encontrar la documentación necesaria, anotar los datos de interés y los bibliográficos, y volver a mi trabajo, no hay duda de que la búsqueda en Internet es mucho más rápida y sencilla. Sin embargo, en conjunto existen muchas formas de control de calidad que ahora son más rápidas y que antes eran inconcebibles. La traducción que se produce en la actualidad no sólo es resultado de una labor más veloz, sino también de un proceso que es cualitativamente superior.
Por ejemplo, si en el pasado uno necesitaba una cita bíblica, debía localizarla primero en el propio idioma y después nuevamente en la edición de la cultura de destino, pero era comprensible que el traductor se limitara a una edición y que por una sola cita no iba a visitar las bibliotecas para realizar un análisis comparativo de dicho pasaje en todas las versiones existentes en la cultura de origen y la de destino; ya el hecho de localizar el pasaje se consideraba un buen nivel de documentación.
Ahora, con un esfuerzo mucho menor, no sólo puedo hallar todas las ediciones del pasaje bíblico que necesito, sino también elegir la mejor, la que refleja mejor el significado que quería transmitir el autor. Si ya la operación de localización de información es por lo general más rápida, también es verdad que las acciones de búsqueda de información son mucho más numerosas, porque ni el traductor ni el cliente se dan por satisfechos con lo que ahora parecería una documentación aproximada.
Sucede lo mismo con la terminología. En otro tiempo se consideraba que la posesión de un diccionario terminológico específico era un equipamiento suficiente; actualmente, sería imperdonable no consultar las bases de datos terminológicas presentes en Internet.
Si tuviera que sintetizar las consecuencias de la introducción de tecnología reciente en la traducción, diría que la labor del traductor se ha vuelta más compleja, que ya no se acepta que un traductor, por gustos o caprichos personales, se niegue a relacionarse con la tecnología, en el campo que sea. La tarea de traducción se ha vuelta mucho más documentable y documentada, porque el aumento de los canales de comunicación e información genera una mayor demanda de datos, y los traductores que no se mantengan al día serán identificados y eliminados del mercado.
Esto se aplica también a la traducción editorial y, en particular, a la literaria. Toda la información referente a colocación, léxico, estructura, dislocación y, en general, la marca textual de los enunciados relacionados en los aspectos estilísticos de la traducción de ficción y de ensayos, sobre todo de la considerada "alta ensayística" o "ensayística de autor".
La existencia de un fenómeno de "resistencia" y conservadurismo es más que natural y comprensible. En los dos últimos decenios he visto a muchos colegas pasar de una posición de escepticismo radical y de hostilidad, por ejemplo ante el ordenador, a su utilización. Los que seguían sin estar convencidos se vieron forzados a hacerlo por la fuerza de los eventos históricos y económicos. Lo mismo sucede con Internet. Al principio, los traductores que "utilizaban Internet" eran considerados unos fanáticos de la tecnología que quería a toda costa aplicarla "incluso" a campos tan extraños como la traducción. Los principales oponentes que conocí eran los traductores literarios. Tal vez la colocación de sus textos en los márgenes de la sociedad, o mejor dicho, en el más alto nivel, donde los consumidores son más refinados, les hacía rechazar la idea de que incluso sus torres de marfil pudieran necesitar canales, cables, enchufes, antenas de satélite y todos los demás detalles técnicos que conlleva la conexión electrónica con el resto del mundo.
Lo paradójico del efecto de la innovación tecnológica en el proceso traductivo es que, en lugar de aportar velocidad, lo ha ralentizado, en vez de simplificar el proceso, lo ha hecho más complejo, y en lugar de reducir el tiempo de trabajo, lo ha incrementado.
En contraste, la enorme ventaja de dicho proceso innovador ha sido la calidad, que ha ido creciendo, si no en términos del producto efectivo, al menos en los términos de un producto potencialmente producible. Esta es la tendencia en la mayor parte del sector.
Systran. Information and translation technologies, disponible en http://www.systransoft.com, consulta realizada el 23 de mayo de 2004.